miércoles, 19 de diciembre de 2012

Todos somos culpables, versión EUA


Ana Lidya Flores



He releído los detalles de la masacre perpetrada por Adam Lanza, de 20 años, en una escuela primaria del poblado Newtown, perteneciente a Connecticut. Mientras repasaba las páginas de los periódicos La Jornada y El País, empezó a resonar en mi memoria una canción de Joaquín Sabina: Ciudadano Cero. ¿Se acuerdan? “Sé de nuestro amigo/lo que andan diciendo/todos los diarios./Está usted perdiendo/su tiempo conmigo,/señor comisario./Era un individuo/de esos que se callan/por no hacer ruido,/perdedor asiduo/de tantas batallas/que gana el olvido/.” Así inicia la canción que escuché mil veces en los años 90.
De plano, me levanté de la mesa de trabajo y puse un anacrónico CD en un más anacrónico reproductor de cassettes y discos compactos, muy noventero también. El disco Juez y parte me acompañó al escribir estas líneas: “nunca dio el menor/motivo de alarma,/señor comisario,/nadie imaginó/que escondiera un arma/dentro del armario./Ciudadano cero,/¿qué razón oscura te hizo salir del agujero?/Siempre sin paraguas, siempre a merced del aguacero./Todo había acabado cuando llegaron los maderos”.
Al cabo de mi lectura, concluyo que la conclusión apunta a lo colectivo, no a lo individual. Adam Lanza se suicidó después de asesinar en casa a su madre, y de acudir a la escuela Sandy Hook para fulminar a 13 niñas, siete niños y seis profesoras. Canta Sabina: “aquella mañana/decidió que había/llegado el momento,/abrió la ventana/rumiando que hacía/falta un escarmiento./Cargó la escopeta,/se puso chaqueta/pensando en las fotos,/hizo una ensalada/de sangre aliñada/con cristales rotos.”
Del personaje en la crónica policiaca hecha canción no conocemos el nombre. Del joven norteamericano conocemos nombre y apellido, pero de acuerdo con la información, los especialistas no han podido hacer un perfil, porque el muchacho pasó los 20 años de su vida sin dejar una impronta perdurable entre los que se cruzaron por su vida. No estaba en redes sociales, no hay memoria colectiva que lo pueda describir. Salió muerto de la escuela, igual que sus víctimas, a diferencia del Ciudadano Cero, de Sabina. “Cuando lo metían/en una lechera,/por fin detenido,/”ahora –decía–/sabrá España entera/mis dos apellidos”.
El dramático caso ha sido una sacudida para Estados Unidos y para el resto del mundo. Carmen Aristegui (Noticias MVS y CNN en Español) y Javier Solórzano (Ultra Noticias) se detuvieron con sobriedad en el caso, queriendo encontrar respuestas. Carmen, audiblemente conmocionada, intentaba explicar a los niños y las niñas de su audiencia, que esta terrible noticia precediera la indispensable cápsula matutina dedicada a la infancia. Solórzano, calibrando sus palabras, habló de las joyas periodísticas que esta desgracia produjo, particularmente en The New York Times.
Niños son niños, pensé. Mientras los estadounidenses ocuparon la primera plana de La Jornada (sábado 15 de diciembre) y la información se prologó hasta la página 4, otra tragedia, ésta en China, no ocupó más que dos párrafos y estuvo confinada a la página 22. El tema no es menor: “Apuñalan a 22 niños chinos”. Fue en una primaria en el pueblo de Chenpeng, provincia de Henan. Una oleada de estos ataques causó pánico hace dos años. ¿Alguien lo recuerda? Son niños pero no están en nuestra memoria.
Así como murieron los niños de la guardería en Sonora y esto devino en una lucha de los padres que desembocó en la Ley 5 de Junio para garantizar las correctas medidas de seguridad en las guarderías, los padres norteamericanos podrían poner manos a la obra para desarticular una cultura bélica, donde es natural que las mamás compren armas y las tengan en su casa para defenderse, sin caer en cuenta que esas propias armas en manos de sus hijos pueden acabar con sus vidas y con las de los vecinos. ¿Será posible una ley 14 de diciembre? Al tiempo.

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