Ulises Darío Serdán López
Días antes de concluir la administración de Felipe Calderón Hinojosa empezó a circular por la prensa un balance del hasta ahora último gobierno panista, en los cuales se hacía la valoración principalmente de la estela de muerte que dejó la fallida guerra contra el narcotráfico, sobresaliendo así el color rojo y negro –como lo dibujó Daniel Camacho en su Haiga sido, como haiga sido– más que el azul. En esa misma línea,Proceso presentó su portada bajo el título “La pesadilla terminó”, mostrando a Felipe Calderón cabizbajo en un fondo negro, que inevitablemente evoca el luto, siendo este una realidad tangible para las familias de las víctimas ajenas al narcotráfico, por ejemplo, los jóvenes asesinados en Villas de Salvarcar.
Pero el discurso publicitario del ex presidente albiazul se formuló en una realidad totalmente distinta, casi podría decirse que en un mundo paralelo: un clima de seguridad, de crecimiento económico, una reforma laboral pertinentemente diseñada, estabilidad social, de construcción de una verdadera democracia; todo esto existente sólo en los terrenos del marketing y en la urgencia por limpiar la dañada imagen de Calderón, que inevitablemente la historia lo recordará como el presidente de los muertos, de los desaparecidos, del narcotráfico; una realidad lejana de lo que se proyectó en campaña: “el de las manos limpias”, “el presidente del empleo”.
Queda al aire la duda de cómo será el nuevo gobierno que encabeza Enrique Peña Nieto, pues detrás de él están los rostros del viejo Partido Revolucionario Institucional (PRI) y de aquellas esferas que buscan concentrar el poder para perpetuarse en él, que defienden sus intereses particulares dejando de lado el bien común. Si bien no se puede saber con exactitud cuál será la manera de gobernar de Peña Nieto, basta observar las primeras decisiones para su toma de protesta como presidente de la República el pasado 1° de septiembre; desde la violación a la garantía individual del libre tránsito en agravio de todos los capitalinos por el bloqueo a los alrededores de San Lázaro, hasta la represión de los que se manifestaban en contra de su acenso al poder, violando así la garantía de libertad de expresión, ambas consagradas en la Constitución.
Quedó en evidencia que las televisoras se preocuparon por defender a capa y espada la imagen de Enrique Peña Nieto, quienes a lo largo de la ceremonia de la investidura presidencial del ex gobernador del estado de México, atendieron sólo a los hechos que ocurrieron dentro, apagando sus cámaras en cuanto a las movilizaciones y represión que estaba ocurriendo al mismo tiempo afuera, tal y como sucedió el 11 de Mayo en la Ibero. Mientras que Televisa se ocupó en proyectar positivamente al nuevo presidente, algunos medios impresos y radiofónicos mostraban la otra cara de la moneda, la que molesta a Peña, la que escandaliza a Televisa, la que definitivamente se necesita para construir una verdadera democracia.
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