Ana Lidya Flores
Uno de los privilegios de trabajar en un ambiente universitario tiene que ver con la algarabía de compartir los días y las horas con colegas y amigos de diversos ámbitos profesionales. Quizá uno de los momentos más disfrutables es el de la hora de la comida, cuando en largas mesas instaladas en la cafetería se conforman alegres grupos que discuten sobre la realidad, la reinventan, componen el mundo y luego regresan a sus tareas universitarias.
En la institución para la que trabajo se forman filas largas frente a todas las opciones gastronómicas que tenemos. Aun quienes preparan su comida en casa y la llevan a la universidad, no pierden la oportunidad de integrarse a las mesas con sus colegas. Digo más, con sus amigos. Así, una mesa muy luminosa es la de los Diseñadores, Artistas y Arquitectos. Otra en donde brillan las sonrisas es la de los Psicólogos, Nutriólogas e Ingenieras, y otras más donde convive una pluralidad transdisciplinar excepcional donde los mismo hay antropólogos, sociólogos, medioambientalistas, litera-tos, filósofos... en fin. Mentes luminosas puestas a compartir la hora de los alimentos, donde más allá del trabajo se comparten amistades y querencias.
Llegan madres y padres con sus niños y niñas de todos tamaños, a una comunidad universitaria donde las familias se extienden y se aderezan con pláticas muy diversas, en los minutos que tenemos para compartir el pan y la sal. Supongo que en todas las universidades es igual. Si no, me doy el lujo de presumir que la universidad en la que yo trabajo, así es la vida: divertida, creativa, luminosa, y se pone muy divertida a la hora de la comida.
Esta larga explicación tiene un fin: yo comparto la comida en la mesa de los comunicólogos, que realmente tiene el sobrenombre de La Mesa del Ojo–Alegre. Esto se debe a que uno de sus integrantes tiene un gusto exacerbado por las muchachas guapas, y en cuanto aparece alguna beldad en su radar social, rápidamente la detecta. Con el tiempo, nos hemos dado cuenta que más de uno padece del mismo mal. Es decir, tenemos la moral medio distraída.
El cuento cierra en que concluido el periodo vacacional, La Mesa del Ojo–Alegre considera que todos los noticiarios de radio y televisión deben dejar de transmitirse cuando sus conductores titulares se van de vacaciones. Todos hemos padecido las vacaciones de Aristegui y de Solórzano. Quienes sintonizan los noticieros radiales de la localidad, extrañaron profundamente a Canales y a Carlos Martín. Así que, y a diferencia de las otras mesas donde seguramente se tratan temas mucho más serios, los ojialegres integrantes de este grupo, nos pronunciamos porque todos, todos, se vayan de vacaciones y no padezcan ni hagan padecer a los radioescuchas.
Agradecemos a los suplentes su esfuerzo en todo lo que vale, pero nunca será lo mismo una inteligencia aguda, elegante y divertida personificada en ___________ (y aquí se pone el nombre del conductor favorito de uno), que a un extraordinario reportero o periodista, por muy buen investigador que sea, pero que no tiene el mismo talento para conducir una emisión radiofónica de larga duración. Cuatro horas en la mañana sin el periodista titular matutino, es lo mismo que dormir con el enemigo y, a la mañana siguiente, despertar con ese bulto al lado.
En fin. Reconozco que aún estoy bajo los efectos de un muy feliz y luminoso periodo vacacional. Ofrezco disculpas a todos los trabajadores de la información que tienen la infausta tarea de suplir a los geniales titulares de las emisiones para las que recaban información. Pero con la cara dura y la moral distraída, asumo que es reconfortante haber recuperado la opción de escuchar a Aristegui desde las 6 de la mañana, y a Solórzano a partir de las 13 horas. Es cuanto.
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