martes, 1 de enero de 2013

Saber escuchar

Ana Lidya Flores



Por recomendación de Pablo, mi hijo, leí Momo, de Michael Ende. Desde hace varios años me había pedido que leyera la novela, pero por un apretado programa de lectura dirigido hacia otros temas no me había dado la oportunidad de sumergirme en las páginas de una estupenda edición de pastas duras y grabados hermosos. Así que la tarde del 30 de diciembre me aposenté en el sillón acariciador de las lecturas vespertinas, y de un tirón me receté el texto.
Disfrute todo el libro, pero me quedo con la descripción de la niña protagonista: “Lo que la pequeña Momo sabía hacer como nadie era escuchar. Eso no es nada especial, dirá quizás, algún lector; cualquiera sabe escuchar. Pues eso es un error. Muy pocas personas saben escuchar de verdad. Y la manera en que sabía escuchar Momo era única. Momo sabia escuchar de tal manera que a la gente tonta se le ocurrían, de repente, ideas muy inteligentes. No porque dijera o preguntara algo que llevara a los demás a pensar esas ideas, no; simplemente estaba allí, y escuchaba con toda su atención y simpatía. (…) Y si alguien creía que su vida estaba totalmente perdida y que era insignificante y que él mismo no era más que uno entre millones, y que no importaba nada y que se podía sustituir con la misma facilidad que una maceta rota, iba y le contaba todo eso a la pequeña Momo, y resultaba claro, de modo misterioso mientras hablaba, que tal como era sólo había uno entre todos los hombres y que, por eso, era importante a su manera, para el mundo. ¡Así sabía escuchar Momo!”.
Estas líneas me conmovieron profundamente, porque la irrupción del EZLN en nuestras vidas significó justamente eso para mí. Conocer a los zapatistas de Chiapas en 1994 ha sido ante todo la oportunidad de escucharlos y escuchar lo que ellos significan. Su vulnerabilidad convertida en dignidad, su sabiduría centenaria enfocada a entenderlos para entendernos a nosotros mismos. Sus profundas miradas y sus hermosos rostros indígenas semiocultos por pasamontañas o paliacates que son el símbolo mismo de su interpelación histórica al resto del mundo.
Sin embargo y tras 19 años de haberlos incluido en nuestras vidas, todo parece indicar que no acabamos de aprender de sus lecciones. A diferencia de Momo, los interlocutores de los zapatistas no acabamos de saber escucharlos. Por eso la interminable cantidad de necedades enunciadas en el marco de sus silencios. Ya ocurrió con la parte final del periodo de Zedillo, y el episodio se repitió con los últimos cuatro años del sexenio de Calderón. Todo género de despropósitos se han dicho y escrito desde la última desaparición pública del subcomandante Marcos al concluir el Festival de la Digna Rabia (diciembre 2008 enero 2009).
Pero los 40 mil zapatistas marchando silenciosos el 21 de diciembre de 2012, y los recientes comunicados del jefe militar del EZLN, dan cuenta de que ellos escuchan, viven y su dignidad alcanza para arropar a todos los que los quieran escuchar. La interpelación del Sup Marcos a los medios informativos no es un tema menor. También ellos cometen errores de lectura, o peor aún, desinforman con toda la deliberada intención.
El EZLN cumplió 19 años de presencia pública, y entró en los 20. A diferencia del 94, los reporteros y articulistas que así se lo han propuesto tienen la capacidad de hacer un trabajo cabal, dando cuenta de los 10 días más recientes en materia zapatista. También están ahí están las redes sociales para adelantarse a las ediciones impresas o a los horarios habituales de los informativos. Es lo que hay. Es el entorno informativo que vivimos. Los que tengan sensibilidad, que escuchen, con toda atención y simpatía, como la niña Momo de la novela de Ende.

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